Mujer iroqués

miércoles, 19 de enero de 2011

MI PENE Y YO (II) Siempre de la manita…


Hace unos meses vi en la red una hoja de ayuda para jóvenes cristianos: se trataba de una lista de precauciones para evitar  el nefando vicio del onanismo. Entre otras cosas se aconsejaba a los muchachos rehuir las reuniones de amigos sin supervisión de adultos, para evitar la tentación de la masturbación en grupo, motivada, según el autor, por el deseo de emulación y la competitividad. Debo decir que la recomendación me dejó un tanto preocupado, porque en mi pandilla nunca nos dedicamos a la paja tribal, mucho menos a los concursos. También me entraron dudas sobre la temática de las pruebas ¿Se trata de ver quien se la menea más rápido, o más veces? ¿Se valoraba la distancia alcanzada por el eyaculado, su volumen, sus cualidades organolépticas? El cristianismo está lleno de misterios.

Vale, nosotros no nos la pelábamos en comité, pero ya se sabe como son estas cosas: quien más, quien menos, intuye cómo la tienen sus amigos. Nunca hemos elaborado un estadillo regla en mano, pero pronto sabes quien se sale de la media, sea por arriba o por abajo, o quién ha tenido problemas de caperuza. Esas cosas resultan obvias cuando se han compartido unas cuantas borracheras. Y pueden ser problemáticas, como le pasó a mi amiga M, cuando una tarde veraniega, medio adormilados en el parque, nos preguntó si sabíamos cuanto eran veinte centímetros.

A mí se me da bastante bien calcular esas cosas, así que tracé en el suelo una raya de la longitud requerida, a lo que ella respondió ¡Vaya! ¡Pues era cierto!  Ese comentario, tras unos segundos de incredulidad, fue acogido con un entrecruce de miradas descojonadas de los presentes, pues sabíamos que la medida que intrigaba a M correspondía a la polla de nuestro amigo P, no a la de su novio. Novio que, por cierto, también oyó el comentario: ni que decir tiene la cosa acabó medio mal.

M, dicho sea de paso, es un pedazo de hembra que pasa difícilmente desapercibida (cuando nos damos un abrazo mi cara queda, aproximadamente, a la altura de sus tetas, lo que no está tan mal como puede parecer a primera vista), y alguna vez he hablado con ella del espinoso tema de las medidas. Según su testimonio, nunca ha tenido problemas con la humilde talla nacional (humilde para ella, evidentemente) ya que, según sus palabras, sus usuarios suelen ser de lo más activo. Si alguna otra dama quiere ofrecernos su propia opinión, será mas que bienvenida, porque ese es uno de esos temas en los que el saber no ocupa lugar (aparte de los 14 cm famosos). 

Por cierto ¿cómo se mide una picha? Con regla, hasta ahí llego, pero ¿cómo se establece el punto cero? ¿En la parte que da al ombligo, o en la base inferior? ¿Y cómo se calibra la erección adecuada para la medición? Porque según la situación y el ánimo, la cosa puede oscilar fácilmente un par de centímetros.

Sí, reíros si queréis, pero cuando eres un chavalín sin experiencia estas cosas pueden tirar tu autoestima por los suelos. Porque, hablando en plata, hacerte pajas está bien, pero lo que quieres es follar, y te comes mucho la cabeza. Puede que hoy los adolescentes lo tengan bastante fácil, pero no era el caso allá en mi lejana juventud.  O mejor dicho, no era mi caso: como ya comenté anteriormente, los vientos del amor no me eran demasiado propicios y puedo apostar toda mi fortuna presente y futura a que los amigos de mi panda, sin excepción, se estrenaron antes que yo. Pero poco a poco, cogí experiencia en eso de relacionarme con mujeres sin que huyeran despavoridas, hasta el día feliz de mi primer polvo.

Claro que feliz, lo que se dice feliz, pues no: un puto desastre. Yo había salido de una relación bastante negativa, y aunque logré ligar esa noche (debía ser una santa o estaba más desesperada que yo) no sé quien de los dos estaba más acojonado y no hubo manera de llevar aquello a buen puerto. No buscaré excusas: mi pene se mantuvo en todo momento a la altura de las circunstancias, pero yo no. Por suerte entablé amistad poco después con C, una chica realmente increíble, y aunque no llegamos a follar me enseñó que las mujeres eran seres fascinantes, me quitó el miedo, me dio unas cuantas lecciones muy valiosas y me lanzó sin salvavidas a un mundo maravilloso.

La siguiente vez que convencí a una prójima para retozar, mi cola y yo íbamos relajados, tranquilos y llenos de esperanza, y no fuimos defraudados. Es más, la cosa superó todas mis expectativas: estar dentro de otra persona, notar sus reacciones, su calor, su vibración, acompasar tu respiración a la suya… por mucho que te lo hayan contado, no estás preparado para sentirlo. O al menos la parte que se queda fuera, porque mi picha se sentía natural cual polluelo en el nido, casi funcionando en automático y sólo le faltó gritar ¡ESTO ES LO MÍO!

Desde entonces mi pene y yo hemos mantenido una larga vida de entendimiento y buenas maneras. Al principio conocimos bastante sequía (lo de ligar se me daba de pena y sospecho que aún es así porque antes de que me diera tiempo a coger práctica conocí a la mujer de mi vida) pero en conjunto tenemos una relación altamente satisfactoria. Yo no le pido imposibles y él no me da disgustos, más allá de las puñeteras erecciones matutinas.

Las mujeres no tenéis ni idea de lo incómodo que resulta despertarte con el rabo tieso. Y mucho, porque la cosa puede ponerse realmente muy dura. Tú ahí, con la vejiga llena, y no puedes aliviarte porque tu nardo se ha puesto en huelga a la japonesa y no hay manera de que la cosa baje. Mejor dicho, no hay manera correcta, porque yo, al menos, no suelo tener ganas de meneármela recién amanecido y en días laborables mi dueña y yo tenemos horarios incompatibles, así que no queda más opción que la dolorosa ducha fría. En días no lectivos el problema horario desaparece, pero surge el del niño reclamando desayunos. Aunque alguna ocasión de ejercitarse siempre encuentras, y debo confesar que en un universo ideal en el que las parejas se despertaran ambos de buen ánimo y los hijos, recién levantados, se alienaran con algún videojuego o unos dibujos, el endurecimiento matinal sería un gran invento. Pero vivimos en un universo hostil y despiadado, y la mayoría de las erecciones mañaneras mueren sin utilidad alguna.

Por lo demás, como digo, las cosas se desarrollan plácidamente, ya sea para juegos de pareja o para partidas de solitario. Porque sí, los hombres adultos de vida sexual activa también se la menean ¿Porqué iba a ser de otro modo? Más de una vez he conocido mujeres que se sorprendían e incluso se escandalizaban de oírlo. ¿Matarse a pajas mi Antonio? ¿Porqué iba a hacer algo así? ¿Acaso no le doy yo todo lo que necesita?. Pues no lo dudo,  guapa, pero ¿qué tiene que ver una cosa con la otra? Son placeres diferentes y ambos están muy bien. Que la picha no se gasta por mucho que la frotes ¿sabes? y aunque a uno le guste jugar al tenis también puede matar los ratos libres en el frontón.

Poco puedo añadir. A nivel estético debo decir que el rabo no es ningún prodigio, y en cuanto a su funcionalidad, pues deja mucho que desear: el sistema de erección es eficaz, pero complejo, puede fallar de forma puntual* y cuando no está en activo puede resultar un estorbo. Por comparación, el coño es un ejemplo magnífico de buen diseño, con unos estándares de seguridad y un concepto estético muy superiores, dónde va a parar. Pero oye, mi colita cumple con su cometido y me ayuda a pasar el rato así que no puedo echarle nada en cara.

Quisiera terminar con algunos consejos para un uso y mantenimiento adecuados del invento. El primero va dirigido a los fabricantes de ropa. Queridos señores de la industria textil, la seguridad es un valor en alza en nuestros días, así que ¿porqué no toman ejemplo de ese prohombre, el gran Jacob Davis, y universalizan la bragueta abotonada. Pocas terminos resultan más amenazadores para el pene que la ominosa palabra cremallera.

Y para vosotras, mis maravillosas amigas, sólo dos anotaciones:

– NO ES DE GOMA. Se maneja con firmeza y suavidad, sin sacudidas bruscas o frenéticas. Las lesiones peneanas duelen mucho. Pero mucho, mucho.

– NO ES MASTICABLE, así que mucho ojito. Y por favor, lo de chascar los dientes en sus proximidades, ni en broma ¿Habéis visto las tortuguitas, como esconden la cabeza en cuanto notan la proximidad del peligro? pues eso.

Yo lo dejo caer. Meditadlo y evitad indeseables accidentes. Y sólo me queda desear a todo el mundo buenas noches. Mi pene y yo nos vamos a la camita, a tener dulces sueños. Preferiblemente de los muy cochinotes, aunque luego me levante soliviantado. Que en el fondo uno es un pelín masoquista.

* Aunque yo no puedo quejarme: dos caídas del servicio en veinticuatro años de folleteo dan una tasa de errores prácticamente despreciable.

viernes, 31 de diciembre de 2010

MI PENE Y YO (I) Los primeros escarceos


El cuerpo humano está lleno de elementos interesantes. La mano, por ejemplo, siempre me ha fascinado: desde niño me recuerdo mirando mis manos, moviendolas, rotándolas, jugando con los dedos… y asombrándome, como si tuvieran vida propia. Los ojos también tienen su aquel y les he dedicado muchas horas de espejo, intentando sorprender a la pupila cuando se contrae, buscando manchitas en el iris, u observando el relieve las venillas de la conjuntiva. Pero la única parte de mi cuerpo con la que mantengo una relación realmente complicada es con mi pene.

Pene, falo, miembro, picha, polla, cola, pinga, pinganillo, pindonga, minga, mango, nabo, nardo, rabo, palote, cimbel, sinhueso, calvo, pija, pájaro, cipote, carajo, verga, chola, churra, chistorra, pepino, manubrio, plátano, cigala, cuca, flauta, hermanito pequeño, soldadito, trompa, hurón, dedo de en medio, báculo, pito… Dudo mucho que exista en castellano un concepto con tantos sinónimos y apostaría mi brazo izquierdo a que la pilila ocupa un lugar de honor en el inconsciente humano, o mejor dicho en el masculino. Hablemos claro, señores: que levante la mano el tío que no piensa en su polla al menos un par de veces al día… ¿nadie?…  ¿El Papa, dices? ¡Pero si no hay nadie más obsesionado con las genitales que los miembros de la iglesia! Fíjate en todas las normas que intentan imponer a su uso ¡No piensan en otra cosa!

La fijación peneana nos viene de lejos, casi desde nuestros primeros días de vida. El primer mes uno no le da demasiada importancia a nada que no sea comer y cagar, pero sobre el tercero ya hemos descubierto que además de manos y pies los chicos tenemos por ahí abajo un juguetito de lo más interesante, y a la que estás un ratito sin pañal te pasas el rato manoseándolo. Luego empezamos a interesarnos por el mundo que nos rodea y poco a poco dejamos de darle importancia al colgajillo, pero un día, entre los cuatro y los seis años, volvemos a ser conscientes de que la colita no sólo sirve para hacer pis (y qué gustico te da cuando llevas aguantándote un buen rato y por fin puedes desenfundar y dejarte llevar ¿verdad?) sino que es un cacharrillo de lo más entretenido y relajante. Claro que la sociedad no ve con buenos ojos que uno explore la diversidad de su cuerpo y pronto se encarga de poner límites a la investigación ¿O no habéis oído nunca a una madre soltar un rotundo ¡niño! ¡dejayadetocartecoooooño!?

Da igual: si van a coartar la natural inocencia de nuestros estudios en público, seguiremos con ellos en la clandestinidad. Y con más interés, porque tu pito no sólo es útil y da gustirrinín, sino que tiene vida propia y a veces, sin saber muy bien porqué, se pone rígido y apunta para arriba. Y tú te dices ¡esto es genial! y puede que incluso pienses que debe valer para algo, porque si no ¿de qué? Y anda que no juegas a toquetearlo para que se endurezca. Además por aquel entonces quien más quien menos ya sabe que las niñas gastan otra cosa, que también resulta fascinante. Claro que tus indagaciones probablemente te consigan una buena bronca y un castigo de magnitud sorprendente, porque no nos engañemos, los papis comprensivos y amigos de lo didáctico escasean y cuando alguien intenta explicarte el porqué de las diferencias y su utilidad emplea términos bastante aburridos, así que el interés puede decaer un poco.

Entre los 11 y los 12 tu curiosidad por los genitales femeninos (bueno, quiero decir mi curiosidad, pero extrapolo) y otros diferenciales anatómicos se renueva y los toqueteos aumentan en intensidad, hasta ese día inolvidable en que, de forma accidental, te haces tu primera paja. Y puede que la segunda también, pero a partir de la tercera ya son deliberadas, y el que diga lo contrario (o afirme que no se asustó un poco) miente como un bellaco.

Bueno, por fin has averiguado para que servía el invento, pero no lo sabes todo: el afán investigador te lleva a buscar documentación y descubres nuevos misterios, algunos muy interesantes, otros más bien preocupantes. Hoy en día la red facilita mucho el trabajo de los adolescentes, pero mi generación se educó a base de revistas, y el día que cayó en mis manos una de las verdaderamente informativas (o sea, de las muy, pero que muy guarras*) descubrí que algo no cuadraba. Tú ves a las mozas en plan ginecológico y mola ¿no? que el saber no ocupa lugar, pero también están los partenaires, con esos trastos enormes, enhiestos, de cabeza purpúrea, amenazadora y reluciente… y claro, miras para abajo, comparas y sí, la idea general es más o menos esa, pero está claro que los detalles no coinciden.

El trauma no dura demasiado, todo hay que decirlo, porque con la edad tus proporciones mejoran y el pelo empieza a disimular un poco las cosas, pero siempre te va a quedar un cierto resquemor. Y todo por esa manía de los editores de pornografía de buscar siempre lo exagerado. Entiendo que eso facilita mucho el enfoque y la iluminación, pero podrían pensar un poco en el público juvenil y lo fácil que resulta traumatizarlo.

Lo que sí dura es el afán de meneártela: los moralistas consideraban (supongo que siguen considerándolo, pero ¿a quién le importan) que el onanismo es un síntoma de inmadurez, un vicio juvenil  que remite con la edad. Y yo digo ¡y una polla!  Al principio puede que te muestres un poco comedido, por aquello de la vergüenza y la sensación de desasosigo que te queda  tras la salpicadura ¿no? pero  enseguida le cojes ritmo, mejoras la técnica, descubres los cleenex y ya es un no parar.  Hace unos años oí a unas mamis hablando de sus retoños,  que por lo que decían rondaban los 13 añitos y una de ellas decía ¡Ay, chica, es que yo no sé si se masturba, y claro, con lo raros que son los chicos, cualquiera le pregunta! Yo pensé, señora ¿tiene picha, manos y 13 años?  se la pela, créame, sé de lo que hablo.


*¡Cuanto le debemos los hombres de mi quinta a Berth Milton padre! El Lib molaba, pero el primer Private marcaba un antes y un después.

martes, 28 de diciembre de 2010

Roma y la ambigüedad bíblica (II)


El valor otorgado a la Biblia no supuso una diferencia significativa a lo largo de los siglos XVII y XVIII porque nadie dudaba de su veracidad, pero en el XIX el Libro empezó a hacer aguas. El reverendo Buckland, buscando evidencias del Diluvio Universal, descubrió las pruebas de una glaciación continental, un cataclismo que ni siquiera aparecía a pie de página en el Génesis. Lyell puso las bases de la geología moderna, demostrando que la Tierra era asombrosamente antigua. Y llegó Darwin.

La iglesia anglicana anatemizó a los científicos, el ponzoñoso Pio IX publicó la encíclica Syllabus Errorum, condenando cualquier propuesta que contradijera el magisterio eclesiástico y las diversas confesiones protestantes hicieron otro tanto. No sirvió de mucho: a lo largo del siglo XX los estudiosos de la Biblia, libres de dogmas, demostraron que no era una crónica veraz sino un compendio de mitos mesopotámicos mezclado con otros de origen local.

En 1950* Pio XII escribió la  Humani Generis, aceptando, la viabilidad de la hipótesis darwiniana, y Juan Pablo II lo refrendó en 1996. La iglesia anglicana también suavizó su postura y en 2008 pidió perdón a Darwin. En cambio los luteranos europeos pasan de puntillas por el tema, la mayoría de los calvinistas apoya la literalidad bíblica, las diversas sectas de origen protestante (episcopalianos, adventistas, baptistas, renacidos, pentecostales …) son plenamente literalistas y la Iglesia Ortodoxa, pese a no tener una doctrina clara al respecto, se inclina también por la tradición.

¿Porqué esas diferencia? Porque católicos y anglicanos dejaron de lado el valor doctrinal del antiguo testamento mucho antes del siglo XIX. Además ambas iglesias están jerarquizadas en forma piramidal lo que facilita los cambios. Una vez la jerarquía anglicana o el Papa deciden soltar lastre, soltado queda. Eso explica la ambigüedad de los ortodoxos, ya que su concepto religioso es profundamente conservador y no hay una autoridad central, tomándose las decisiones en Concilios Ecuménicos.

Y llegamos al punto conflictivo. Hoy está claro que la Biblia es obra de hombres y no de Dios, ha conocido varias reescrituras, se basa a su vez en mitologías paganas bien conocidas, y la historia que narra no es más que un relato, y ni siquiera demasiado bueno. La postura de las sectas, aunque irracional, es lógica, ya que la base de su fe es el Libro, y la de los ortodoxos es comprensible, pero ¿católicos y anglicanos? Roma no tuvo problemas en renunciar al latín, aceptar la evolución y abrirse al ecumenismo. La iglesia anglicana acepta además la ordenación sacerdotal y episcopal de las mujeres, lo que se da de hostias con el antiguo Testamento. Así que ¿Porqué mantenerlo como canon?

El problema es que no hay reemplazo. Yahvéh es un impresentable, asesino de niños, vengativo hasta lo indecible, puntilloso, genocida… Roma estaría feliz de sacárselo de encima y librarse de la incongruencia que supone que un psicópata que ordena la lapidación de los que tejen con dos fibras diferentes, se transforme por arte de magia en un padre amoroso. Pero durante veinte siglos han procurado erradicar a todos los demás panteones del imaginario popular, tachándolos de fantasías o encarnaciones de Satán, así que si le rechazan, se quedan sin dios.

Eso no debería ser importante, ya que el cristianismo se basa en el Nuevo Testamento ¿no? Pues sí, pero no. La Palabra de Jesús no es ni demasiado original, ni demasiado coherente, ni demasiado profunda. Es muy buenrollista ¿no? amaos los unos a los otros, poned la otra mejilla y todo eso, pero para ese viaje no hacían falta alforjas. El Nuevo Testamento sólo tiene peso si  Cristo es el Hijo primogénito de Dios, anticipado por los profetas, nacido en el linaje de David y cordero sacrificial por el Pecado Original. Y el único Dios disponible es el viejo cabroncete del Génesis. Así que si no aceptamos las Escrituras en su totalidad, no hay un Padre para el Hijo, ni un Pecado que lavar, ni una Promesa que cumplir, y Jesús pierde su credibilidad. Ergo, si no hay Biblia, no hay Iglesia.

La paradoja no tiene solución. Los mitrados están demasiado ocupados tratando de mantener a flote su barca como para preocuparse de cuestiones de detalle. Además son muchos siglos de nadar y guardar la ropa así que tampoco pasa nada por chapotear un poquito más. Pero al afirmar que razón y cristianismo son compatibles se equivocan, porque éste se asienta sobre el pilar de la verdad bíblica, y la razón ha tirado por tierra ese pilar. De hecho, en España la mayoría de los creyentes rechaza la autoridad papal, un 40 % no cree que Jesús fuera hijo de Dios y un 40% de los creyentes no practicantes no cree en Dios**. Al relativizar la base de su fe, se han saboteado a sí mismos.

No me gusta jugar a profeta, pero voy a hacer un vaticinio: la tendencia a la baja seguirá y se acelerará no porque aumente la racionalidad de la gente (qué más quisiera yo) sino porque la incoherencia del cristianismo socava su posición. Despojada de su manto sagrado, la Iglesia tiene que competir en igualdad con todo tipo de supercherías tan incongruentes como ella, pero más cómodas para sus seguidores y no va a dejar de perder terreno. Dudo que yo viva lo bastante para verlo, pero un día el Vaticano tendrá que echar el cierre por impago del alquiler, y mi hijo o los suyos podrán brindar por el entierro de una de las instituciones más aburridas y sucias que ha conocido la Humanidad.

* 90 años entre ambas encíclicas. No está mal si tenemos en cuenta que Roma aún no le ha pedido perdon a Giordano Bruno.

** El concepto  creyente no practicante está muy traído por los pelos, pero el de creyente no creyente me resulta dadaista.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Roma y la ambigüedad bíblica




Una de las diferencias más llamativas entre las iglesias tradicionales (es decir, la católica, la ortodoxa y, en cierta medida, la anglicana) y las reformadas (luteranos, calvinistas, adventistas, renacidos…) es su posición con respecto al Antiguo Testamento.

Los cristianos reformados son literalistas bíblicos, es decir, consideran que los textos religiosos judíos precristianos son veraces y fiables al ser Palabra Revelada. Eso incluye el Pentatéuco, los libros que narran la historia del pueblo judío entre Josué y los Macabeos, el conjunto de los textos proféticos (Isaías, Ezequiel, Zacarías…) y los Libros de Sabiduría (la historia de Job, el Eclesiastés, los Salmos…). Por el contrario los tradicionalistas consideran que estos libros, si bien son canónicos y dignos de reverencia como parte del mensaje divino y preludio a la Venida del señor, no deben interpretarse en un sentido literal, sino metafórico. Un teólogo católico puede utilizar en su argumentación las epístolas de Pablo, pero no se apoyará en las normas levíticas, por considerar que estas, como todo el conjunto de la ordenación religiosa mosaica (a excepción del decálogo) quedan abolidas tras la predicación de Jesús.

Para entender esta diferenciación hay que remontarse a los orígenes de la Iglesia. En sus orígenes los cristianos eran una rama más del judaísmo, como lo eran los fariseos, los saduceos o los zelotas. La autoridad estaba en manos de Santiago, que dirigía la comunidad de Jerusalén. Todo cambió tras el alzamiento del año 66: Jerusalén y su templo fueron destruidos, Santiago murió en el asedio junto a toda su congregación y las diversas comunidades judías del Imperio sufrieron una dura represión (es probable que la persecución de Nerón contra los cristianos fuera en realidad contra los judíos). Desaparecida la autoridad tradicionalista, los cristianos se desligaron del judaísmo, ya que buena parte de los supervivientes eran gentiles y las normas judaicas como las prohibiciones alimentarias o la circuncisión les resultaban muy problemáticas (recordemos el debate entre Pablo de Tarso y Santiago a respecto). Para cuando tuvo lugar la segunda Guerra Judía, en tiempos de Adriano, el cristianismo ya se había desvinculado de sus origenes y formaba una comunidad diferenciada.

El alejamiento del judaísmo prosiguió durante las fases finales del Imperio y cuando, ya en la Edad Media, los teólogos buscaron referentes en los que apoyar sus argumentos, no los buscaron en las Escrituras, sino en la filosofía clásica. Era lógico que así lo hicieran, ya que las normas hebreas no están abiertas al debate, y resultaban difíciles de adaptar a una sociedad radicalmente distinta del pueblo de pastores que las engendró. Además los primeros organizadores de la Iglesia Imperial, como Orígenes o Agustín de Hipona, eran inicialmente seguidores de la de filosofía griega, con lo que la Escolástica Medieval, apoyada primero en Platón y más adelante en Aristóteles, cayó en terreno abonado. Todo eso cambió con la llegada del Renacimiento y, poco después, la Reforma.

Al denunciar la autoridad papal y rechazar la preeminencia de Roma en las cuestiones religiosas, Lutero arrojó por la borda todo el bagaje teológico acumulado en 14 siglos de cristianismo y decidió recuperar la pureza del cristianismo original, antes de que fuera contaminado por el paganismo y el poder. Por eso tradujo la Biblia al alemán: así los cristianos podrían leer la Palabra de Dios en su propio idioma, sin necesidad de intermediarios. Sin embargo el antiguo monje no era un literalista, y no pensaba que todos los textos testamentarios tuvieran el mismo valor. De hecho consideraba que buena parte de los escritos precristianos eran puramente anecdóticos y tuvo incluso la intuición de que el Apocalipsis era ajeno al conjunto de los Libros (acertaba, ya que se trata de un poema escatológico escrito durante el alzamiento contra Roma del año 66).

Lutero estableció que cualquier cristiano podía interpretar el mensaje de Dios por sí mismo, bastando con la fe para la comprensión de la Verdad Revelada. Eso dio pie a la aparición de innumerables grupúsculos, ya que nadie tenía porqué aceptar la autoridad ajena en materia de fe y cualquier persona con carisma estaba en situación de convencer a sus vecinos de que a Verdad era la que él predicaba, con tal de que pudiera usar la Biblia para apoyar sus aseveraciones. Sin embargo la sociedad nacida de las sangrientas guerras religiosas del XVI no era demasiado amiga de experimentos anárquicos y tanto luteranos como anglicanos formaron iglesias jerarquizadas y reglamentadas, intolerantes con las desviaciones o los misticismos.

Así las cosas, las sectas no tenían demasiadas posibilidades de expandirse en la vieja Europa, y los grupos más radicales, como hugonotes y puritanos, no vieron más salida que emigrar al Nuevo Mundo. Allí, lejos de reyes y obispos, se vieron a sí mismos como un nuevo Pueblo Elegido conquistando la Tierra Prometida (y exterminando de paso a sus anteriores ocupantes, una actividad bendecida por el Jehová del Antiguo Testamento). Así nació el literalismo puro y duro, ya que mientras el mensaje de Cristo rezuma ambiguedad (el mismo Jesús que se presenta como el Cordero de Dios preparado al sacrificio aparece también como Señor de los Ejércitos y dueño de la Venganza), las leyes de Moisés son tajantes en sus afirmaciones, sin espacio para componendas o medias tintas, algo muy adecuado para una sociedad reducida y fanática. Además los relatos del Génesis, el Éxodo o los Macabeos resultan mucho más vivos y coloridos que las anécdotas del Nuevo Testamento, y los parsimoniosos textos de Pablo palidecen frente a personajes como Eliseo, capaz de enviar una manada de osos a despedazar a unos niños que se burlaban de su calvicie, o Sansón, derribando el templo y sepultándose junto a sus enemigos.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Cartas desde el frente


La gente que me conoce sabe que a veces mis aficiones se me van un poco de las manos. Es inherente a mi perfil obsesivo-compulsivo, y trato de sobrellevarlo con  dignidad. No obstante hay ocasiones en que hasta yo mismo reconozco que las cosas rozan la insanía, y sospecho que ése es el caso de mi libro.

Si, mi libro: hace tres años que dedico mis ocios a escribir un libro sobre la Segunda Guerra Mundial, más en concreto sobre el arma acorazada alemana, la PanzerWaffe. Esta semana di comienzo al último apartado y creo que es un buen momento para recapitular y preguntarme ¿cómo me metí en este berenjenal? Vayamos por partes.

La afición por los temas castrenses me viene de antiguo, ya que mi padre era oficial del Arma de Caballería y mis dos abuelos eran también militares, al igual que buena parte de mis tíos, algunos de mis primos y mi hermano mayor. Debido a mi temprana miopía y mi natural sedentario nunca me planteé un futuro uniformado, pero siempre me interesó la temática castrense y con los años me volví un apasionado de la historia militar.

Hasta aquí, nada del otro jueves; de cuando en cuando conseguía algún libro interesante y lo añadía a mi biblioteca de Historia, pero sin obsesionarme demasiado. Entonces llegó la internet esa, y con ella los foros donde la gente compartía aficiones: papiroflexia, colombofilia, dactilografía, zoofilia… Mi primera afiliación fue a un foro de modelado y animación 3D, y por ahí entró el mal en mi casa. 

El mejor modo de aprender a modelar es plantearse un objetivo complejo, con muchos elementos que te obliguen a aplicar todas las técnicas posibles: yo elegí el cazacarros estadounidense M-10 Wolverine. Necesitaba mucha documentación para construirlo con todo detalle, (interior, motor, transmisión…) así que empecé a navegar y, gracias a San Google, llegué a los  foros sobre temas militares. Al principio me limité a recabar datos para mi trabajo pero me picó la curiosidad y empecé a leer los hilos que más me llamaron la atención.

¡Ay de mí! Antes de un mes me había vuelto un adicto y en menos de un trimestre participaba en todo tipo de debates, algunos de ellos realmente chorras. Por suerte el tiempo que puedo dedicar al vicio es más bien escaso y limité mis visitas a unos pocos sectores para reconducir el asunto hasta reducirlo a una afición razonable. Pero mi natural bondad vino a ponerme en dificultades (el infierno está empedrado de buenas intenciones).

Disfrutaba mucho con los textos de los foreros más veteranos, y me parecía mal no ofrecer algo de mi propia cosecha. Acababa de leer un interesante trabajo del historiador británico David Fletcher, The Great Tank Scandal y preparé un artículo de mediana extensión usando ese texto como base y ampliando con algunas otras obras relacionadas. El resultado, a día de hoy, me parece más que mediocre, pero en su momento tuvo una buena acogida, excelente incluso, y recibí abundantes beneplácitos.

La vanidad es el pecado favorito de Satanás, y fue mi perdición. Me dije, oye, podría hacer algo parecido sobre los carros alemanes, que son mucho más fardones que la chatarra británica. Dicho y hecho, me puse a indagar y la cosa empezó a salirse de madre: había toneladas y toneladas de documentación, y la mayor parte de ella era contradictoria. Para sacar algo en claro había que contrastar fuentes y para localizarlas había que saber moverse por la red. Para mi desgracia, sé moverme muy bien, así que localicé un montón de archivos verificables, que a su vez me llevaban a otras fuentes anteriores…

No voy a aburriros más. Lo que iba a ser un artículo amplio es a día de hoy un volumen con más de 400 páginas, y dado que acabo de empezar a redactar la quinta parte y tras esa vendrán la recapitulación y el análisis final la extensión definitiva rozará las 500 (la versión en bruto que he ido subiendo poco a poco a los foros supera ya las 600). Me ha llevado 3 años llegar hasta aquí y he tenido que consultar cerca de 9000 páginas entre libros, artículos, informes operativos, prensa de la época… Buena parte la he conseguido de forma gratuita (hay una enorme cantidad de archivos a disposición del público en lugares como la Biblioteca del Congreso de EEUU, por citar sólo un ejemplo) pero me he rascado el bolsillo a menudo* en amazon y ahora no dejan de mandarme ofertas por correo (deben pensar ¡este pirado es una mina!)

Y todo esto por diversión, que para eso están los hobbies ¿no? Pues no. La diversión se terminó allá sobre la página 250. El último año ha sido muy aburrido porque batallas como Arhem o las Ardenas no son sino un montón de absurdos encontronazos caóticos que hay que verificar uno por uno, identificando quién, dónde y cuándo y comparando con otros informes para asegurarte de que no estás metiendo la pata. Un muermo, en serio. Entonces ¿Porqué sigo?

Por orgullo. Odio dejar las cosas sin terminar: he dicho que voy a llegar al final y llegaré por mis santos cojones. Por agradecimiento, porque mucha gente me ha ayudado y me parecería una mierda dejar colgado el trabajo después de contar con ellos. Y porque, pese a todo, ha sido útil. No de forma directa, quiero decir que el que yo termine mi libro no me va a reportar ningún beneficio más allá de decir ¡Se acabó! y correr a emborracharme (bastante gente en la red me ha animado a publicarlo pero tengo muy claro que el mercado para algo de este estilo es minoritario, y eso siendo muy optimista).

La utilidad ha sido de tipo personal. He aumentado notablemente mi capacidad para cribar informes, bucear en bibliotecas, contrastar fuentes y leer entre líneas, e igualmente he mejorado mucho escribiendo. Mi sintaxis ha dado un salto de gigante y mis habilidades con la tijera también, porque mi intención es conseguir un archivo manejable, que no pase de las 400 páginas de texto, (ya he logrado podarles casi 100 a las dos primeras partes). Entretanto he hecho mis pinitos como redactor en la revista Muy Historia, con un artículo sobre la I Guerra Mundial (La Guerra de las máquinas) y otro sobre la Segunda (La Corte de los Milagros) y ¡qué coño! mi autoestima ha subido mucho, porque creo que lo hice con bastante dignidad. Y también creció mi ego cuando, tras encontrarme con una penosa traducción al castellano de uno de los libros que necesitaba para documentarme, monté un pequeño motín en la red. ¡Soy peligroso!

En fin, calculo que a finales de la primavera habré terminado el mamotreto y terminaré de editar a lo largo del verano, así que casi veo la luz al fondo del túnel. Luego procuraré alejarme todo lo posible de esta frikada: seguiré escribiendo, pero ni una línea más sobre la Guerra Mundial. Hay otros mundos, espero.

Hasta entonces, la lucha continúa: mis camaradas del Ejército Soviético acaban de alcanzar las fronteras de Prusia Oriental y vamos a convertirla en un erial, así que con vuestro permiso (y sin él también) me vuelvo al interior de mi T-34/85, que aún quedan fritzs por aplastar (putos boches, salen de debajo de las piedras).

¡Nos vemos en Berlín!

*Me gasté más cuando encontré en una web todos los tebeos de Carl Barks y Don Rosa escaneados. La descarga era gratis, pero imprimir en color más de 3000 páginas me costó cerca de 700 euros en tinta. Triste destino de friki.

sábado, 27 de noviembre de 2010

TOCARSE


Esta semana hemos estrenado en casa una camilla de masajes y me parece excusa suficiente para hablar de un tema que me encanta: los tocamientos.

Aclararé desde el principio que no me refiero al acto de tocarse en el sentido más directo de la forma verbal reflexiva, (marranos, que sois todos unos marranos, y os vais a quedar ciegos de tanto ver porno en el ordenador, pasadlo a AVI y podréis verlo en pantalla grande, mucho más saludable) ni al tocamiento mutuo con intenciones masturbatorias (ya está bien, que parecéis mandriles ¿y luego me llamáis a mí enfermo?) sino al hecho de tocarse sin más, el puro placer del tacto.

Una buena amiga me dijo hace cosa de un año (¿te acuerdas, laura?) que lo que le llamaba más la atención de nuestra pareja era que resultaba difícil vernos juntos sin que de alguna manera estuviéramos manteniendo algún contacto, ya fuera un abrazo, una caricia, un beso… y ya sabéis como somos los obsesivo-compulsivos: esa misma noche empecé a darle vueltas al tema en la cabeza. Empecé a fijarme en la gente a mi alrededor, y pude ver que la mayoría de la gente evita tocar a otras personas, al menos en público. Eso me resultó chocante, ya que siempre he mantenido una relación bastante física con mis amistades.

Bueno, puntualizo: con mis amistades femeninas.

Sí, de acuerdo, los tíos mantenemos contacto de forma bastante habitual, sobre todo entre los 15 y los 20 años, pero es más una suerte de pugilismo amistoso que otra cosa. Llegas al banco donde te espera el resto de la tropa con la litrona y no falta algún cariñoso empujón (¡Hola, cabroncete!), un puñetazo en el pecho sin ánimo ofensivo (¿Qué passssa?) o incluso algún pellizco al vientre (¡Estás echando tripa, gordaco!). Pero eso no son tocamientos, sino una suerte de combate ritual entre machos, que relaja tensiones y deja clara la jerarquía del grupo.

Puntualizo de nuevo: a esa edad mi estatus masculino era bastante bajo, así que me llevaba una buena cantidad de palmetadas. No olvidemos que así como hay machos alfa, la estabilidad social requiere que también existan los machos épsilon (en física, aplícase a la partícula diminuta y de valor despreciable)

La cuestión es que cuando estaba con la sección femenina de la pandilla (es decir, casi siempre, yo era una chica honoraria) veía que ellas sí se tocaban de forma cariñosa. Se abrazaban, se hacían alguna carantoña, se peinaban entre sí… cosas todas ellas impensables entre hombres. Lo más cercano desde un punto de vista masculino era las palmadas en la espalda cuando algún amigo acababa de ser plantado por su ligue y se encontraba vomitando tras atizarse unos cuantos copazos, un proceso catártico bastante eficaz, aunque dañino para las abundantes figuritas de porcelana que llenaban la casa de L, donde tuvieron lugar un par de borracheras asistenciales.

Años después, pasada la etapa de las cariñosas agresiones entre adolescentes, me encontré con una excepción, mi amigo P, que entre otras cosas fue la persona (bueno, las personas, él y su hermana C) que me enseñó las técnicas básicas de masaje. Recuerdo alguna cara escandalizada a nuestro alrededor mientras nos dábamos un masaje en la orilla de un pantano, y sin motivo, dado que ambos somos heterosexuales verdaderos. Quizás ahí estaba la clave, dado que sospecho que los pseudoheteros evitan el contacto físico entre sí por miedo a que su virilidad quede en entredicho.

Las enseñanzas de P me fueron de gran utilidad, ya que, como he dicho, yo formaba parte del grupo de las chicas, y determinados patrones culturales (como el abuso de los tacones altos) hacen que, en general, las mujeres estén más necesitadas de un buen masaje que los hombres. He sido durante dos décadas el fisioterapeuta de cabecera de casi todas mis amigas (P –of course–, M. A. Mo. AA, , J y su hermana C, S… creo que hay como docena y media de mujeres cuyas espaldas y pies me son mucho más familiares que su cara) y aún hoy, cuando nos vemos, no falta quien necesite un poco de relax.

Podría pensarse que se aprovechaban de mí, pero no es cierto, porque pronto sentí que el contacto físico es agradable para ambas partes. No me refiero a que me empalme como un burro sobando a mis compañeras (alguna ereccioncilla de cuando en cuando, pero eso es inevitable, mis hormonas son como son y no puedo cambiarlas) sino a que el propio contacto de la piel con la piel es muy placentero. Además el que mis servicios como masajista fueran bien recibidos contribuyó a que mis amigas me incluyeran en su círculo de confianza física, con su punto de morbillo, ya que para entonces había cogido bastante confianza en mí mismo como para superar mis complejos adolescentes (se me podía considerar un macho delta).

El placer que me produce el contacto físico tiene tres partes claramente diferenciables. Por una parte el puro gozo del tacto: la piel humana es cálida, flexible y firme, muy agradable de tocar sin necesidad de actividad sexual por en medio. Igual de agradable es que te toquen, siempre y cuando sea dentro de un marco de confianza. Esa es la segunda parte: al acariciar o permitir que nos acaricien bajamos nuestras defensas y mostramos vulnerabilidad ante el otro, lo que resulta un gesto de confianza muy explícito. Cuando alcanzamos esa confianza además de relajarnos nos sentimos más cercanos, y eso siempre es placentero. Probablemente sea una herencia de nuestro pasado primate, ya que nuestros parientes dedican largas horas acicalarse mutuamente la espalda, rebajando así las tensiones sociales y reforzando vínculos familiares y amistosos. Finalmente, y centrado en el caso del masaje, está el placer positivo que surge de lograr que la otra persona se sienta mejor, ya sea disipando su tensión con una presión suave y prolongada, o ayudándole a eliminar un dolor o una incomodidad con un masaje más firme: lo que estás haciendo ayuda a la otra persona, y eso (al menos para mí) hace que la experiencia sea placentera.

He especificado sin necesidad de actividad sexual. Por supuesto la caricia sexual es maravillosa, pero los gestos de cariño no necesitan ir seguidos de una buena follada para resultar agradables. Cuando cae la tarde y mi chica y yo por fin tenemos un ratito para sentarnos juntos y relajarnos suelo encontrarme sus pies en mi regazo, lo que da comienzo a una sesión de masaje que puede prolongarse durante horas, sin que pasemos a caricias más íntimas. Vale, sí, a veces la mano se me va a zonas más arriesgadas, pero sin malicia, más que nada porque con el ajetreo que llevamos lo normal es llegar cansados a la noche y el saber que al día siguiente hay que ponerse en marcha a las 7'30 rebaja bastante las posibilidades libidinosas entre semana.

Lo que decía nuestra amiga es cierto: cuando vamos juntos siempre mantenemos contacto, aunque sea sólo cogernos la mano (somos unos cursis, me temo, siempre de la manita), y me pasa lo mismo cuando estoy con mis mejores amigas, ya sea paseando medio abrazados, o arrebujados mutuamente en un sofá mientras nos ponemos al día. En la Uni, allá por el cuaternario, J y yo solíamos saludarnos y despedirnos con un picolengua, lo que sorprendía a más de un compañero que sabía que no estábamos liados y apenas nos veíamos fuera de la escuela. Lo mismo me sucede cuando quedo con M, con el agravante de que esa supermujer mide más de 1'80 y para darla un beso tengo que subirme a algo (escalón, banco, bolardo) y la gente se nos queda mirando*. No hay dobles intenciones: simplemente nos sale natural, y es algo muy agradable. No entiendo porqué hay personas que se niegan a si mismas ese placer como si fuera algo pecaminoso o comprometedor.

Insisto, está muy bien con barrillo, pero son placeres diferentes. Por desgracia la mayoría de los hombres (la mayoría de heteros al menos) no llegan a entenderlo, y mantienen un muro a su alrededor, no sólo en lo referente al contacto con otros hombres, sino al contacto con mujeres. O mejor dicho, al de sus mujeres con otros hombres ya que lo ven como una amenaza sexual (pero no objetan nada al contacto entre féminas: sospecho que el cine X ha hecho mucho más daño del que creemos). Bastantes de mis amigos prefieren meterse al cuerpo una buena dosis de farmacopea antes que pedirme que yo les solucione una contractura, así que sospecho que si intentara romper el hielo dándoles un beso cordial tendría que aprender a recoger del suelo mis dientes con los dedos rotos.

La presión social del rol masculino y dominante es una carga bastante pesada, pero existen mujeres (pocas, pero ahí están) con fobia al contacto. Sospecho que detrás hay problemas de represión sexual, pero también falta de aceptación. Son personas que no sólo rehuyen el contacto táctil más allá del sexo, sino que seguramente tampoco se tocan demasiado a sí mismas, y sienten algo de rechazo hacia su propio físico. Por desgracia de nuevo se trata del resultado de la presión social, esta vez orientada hacia un ideal femenino tan tópico y machista como inexistente. Es difícil disfrutar del contacto de la piel con la piel si de partida te avergüenzas de tu cuerpo.

En fin, poco más puedo añadir. Algún día me liaré la manta a la cabeza y hablaré de los otros tocamientos, ya sean mutuos o autoabastecidos, pero hoy el cuerpo me pide otra cosa, como irme a la cama y antes de dormirme abrazar un ratito a mi compañera, sentir el calor de su cuerpo a mi lado y, si se tercia y no me llevo demasiadas patadas, mangarle un poco de edredón calentito para arrebujarme en condiciones.

Buenas noches y muchas caricias para todo el mundo.

*Sospecho que algo parecido ha pasado más de una vez con mi amiga V, otra gran aficionada a la caricia amistosa, porque en varias ocasiones he visto a gente mirándonos con expresión de aquí hay barrillo, y no lo hay.

martes, 9 de noviembre de 2010

MARIPILI, MI PRIMER AMOR (paleontológico)


Como ya he comentado, siempre he sido un enamorado de los dinosaurios. No obstante hay un punto de inflexión en mi vida como frikie, marcado por mi encuentro con el que sería mi primer personaje animado.

Allá en 2001 un servidor de ustedes decidió hacer un curso de animación y 3D y debo decir que volver a estudiar y aprender tras una década de  holganza fue una experiencia muy vivificante. El caso es que se esperaba que cada alumno presentara un pequeño proyecto de animación, una historia de un minuto de duración, y yo pensé en algo tipo documental-ficción con un dinosaurio.

Cuando se repasan los foros y galerías 3D de la red aparecen cienes y cienes de tiranosaurios: casi todo el que hace su primer dinomodelo se construye un T-rex. Hay quien intenta incluso venderlo, lo que no deja de tener su gracia si pensamos que sólo en la página de TurboSquid hay ya como 60 rex a la venta, algunos de una calidad más que notable.

Yo me dije, José, el mundo no necesita otro tiranosaurio (ni otro M-1 Abrams, porque otra obsesión de los modeladores novatos es ese puto carro de combate*) así que búscate algo que nadie haya hecho antes ¡si será por dinosaurios! Así que abrí el Larousse de los dinosaurios (J. L. Sanz y R. Martín) y la Memoria de la Tierra (L. Agustí y M. Antón). Apenas llevaba unas páginas al azar cuando me enamoró un simpático animalillo llamado Pelecanimimus polyodon.

 
El bichín lo tenía todo para entrarme por los ojos: aire desenfadado, talla petite, ojos grandes y expresivos… ¡y encima era manchego!. Lo tenía todo salvo documentación. Sólo existe un ejemplar fósil, medio ejemplar, para ser exactos, y salvo los dibujos de Martín y Antón no había mucho más donde agarrarse. Pero ¿quién dijo miedo, habiendo cerca hospitales? me armé de lápiz y papel y esbocé algunas vistas básicas para empezar a construir mi modelo. En un par de semanas conseguí algo que más o menos se ajustaba a los escasos datos que tenía a mi disposición.

Decidí que su nom de guerre sería MariPili (le vi cara de chica, por el gesto avispado), hice algunas pruebas muy básicas de movimiento y ahí habría quedado todo de no ser por un inesperado giro del destino

.Estando en la redacción de Muy Interesante me preguntaron qué tal llevaba el curso 3D y mostré algunas tomas de mi primer modelo. No era gran cosa, pero el redactor jefe (Cope) me propuso hacer algo más acabado para publicarlo en la revista. Dado que no había información en la red, fuimos a la UAM con los paleontólogos que habían descubierto el fósil: así conocí a Sanz y ortega, y a nuestro animoso y sonriente dinosaurio.

Los paleontólogos ya habían tenido un par de malas experiencias con reconstrucciones de ese bicho en concreto pero igualmente me ofrecieron documentación y un montón de valiosas indicaciones. Así corregí mi modelo dando lugar a MariPili 1.0, que vio la luz en las páginas de Muy en octubre de 2002.
     
También preparé una pequeña secuencia para la web de la revista. Mi hijo, que contaba por aquel entonces dos años, venía a menudo a ver qué hacía en mi cuarto de trabajo, y siempre tenía un ataque de risa cuando veía a MariPili comerse la libélula. ¿Habré arañado sin saberlo una raíz del humor universal, anidada en nuestro inconsciente desde el cretácico?

El artículo y la animación gustaron al público y a los paleos. Sanz y Ortega me propusieron algunos cambios para mejorar el animal y en base a la secuencia descubrimos algunos errores en las proporciones, ya que la longitud que había calculado para las patas (el fósil no las tiene) me obligaba a forzar mucho el movimiento en la carrera. Así tuve mi primer contacto con la biomecánica, y con esos arreglos y otra piel nació MariPili 1.2.

 
El 1.2 era un modelo transicional pero por casualidad protagonizó un minidocumental de infausto recuerdo. Otro compañero de Muy (Jorge Alcalde) tenía relación con una productora y les mostró la secuencia que habíamos publicado. Me propusieron grabar un pequeño programa sobre mi trabajo y el dinosaurio. Una ocasión feliz de no ser porque me dieron largas durante varios meses y de pronto lo necesitaron todo en menos de dos semanas. Algunas animaciones quedaron resultonas (como una en la que una chica le daba un besito a mi MariPili, morbo lésbico e interespecífico) pero la secuencia principal fue un verdadero desastre: a falta de tiempo sólo pude llegar al primer previo, con un escenario penoso, un movimiento atroz y una iluminación abominable. Además las tomas que se hicieron en la redacción y en la cátedra de paleontología me pillaron en medio de un trancazo y tuve que grabar con 40 grados de temperatura y dolorosos temblores. Verme en televisión tuvo su gracia pero, francamente, el resultado me pareció lamentable y ni siquiera me molesté en conservar una copia del programa.


Maripili 1.3 llegó con nueva librea, sugerencia de Sanz, y otro reajuste de proporciones. Esta versión protagonizó una secuencia animada y algunas vistas estáticas para una exposición en el MCNM. Luego decidí corregir algunos errores de principiante, como un abultamiento en el brazo que parece un doble hombro, o la posición de las manos, que en su momento modelé en la infame pose del pianista. Además quería ver qué tal le quedaría una capa de plumaje basto en la espalda y probar algunas ideas nuevas sobre la forma de estructurar el esqueleto, y así surgió MariPili 1.4 en principio un simple modelo de prácticas pero…

… Focus Polonia me encargó la serie de los follasaurios y me dije, pobre MariPili, triste y sola en el mundo, démosle una alegría. Recuperé la librea de MariPili1.2, más adecuada para una hembra por sus tonos apagados, y con la de MariPili1.3, más llamativa, monté el macho (no está bautizado ¿alguna sugerencia). Luego rediseñé las articulaciones, dejándolas lo bastante flexibles como para que mi feliz pareja follara con agilidad y, por que no decirlo, su poquito de barrillo.

Más tarde o más temprano tendré que plantearme una reconstrucción completa, una nueva Maripili 2.0: han pasado 9 años desde que puse en grada los primeros polígonos y, modestia aparte, he mejorado bastante como modelador y animador. Necesita un buen lavado de cara, una piel más detallada, un poquito de dimorfismo sexual… estoy seguro de que quedará muy bien, pero me da una pereza… y una morriña…

No nos engañemos: por muy bonita que sea, la 2.0 nunca podrá desplazar en mi corazón a la MariPili básica. Hay cosas que no pueden borrarse, como el instante de rematar la cabeza y contemplar por primera vez esa media sonrisa tan cachonda, la primera vez que la puse a andar, torpona pero llena de ánimos, o la primera secuencia decente, libélula incluida, que se ganó el cariño de todos los que la contemplaron, niños y paleos.

El primer amor no se olvida: llevo contruidas otras dos docenas de caracteres, entre bichos y gente, pero mi MariPili es única, y siempre tendrá un lugarcito especial en mi corazón.

* Algún día os contaré como modelé mis primeros cacharrines bélicos, porque mi otra frikiafición es la Historia Militar, sobre todo la Segunda Guerra Mundial.